15 de Diciembre
En el Evangelio se lee aquella afirmación de Jesús:
"Por sus frutos los conocerán".
Nosotros hablamos mucho y hacemos poco;
los frutos no son las palabras bonitas que decimos
sino las pocas y disminuidas obras que realizamos.
Cumplir con el deber,
aun cuando nadie vigile ni lo conozca;
saber guardar fidelidad al amigo que nos ha confiado un secreto,
sin hacer alardes de ello;
no doblegarse ante el qué dirán;
nunca jugar a dos caras con nadie;
disimular las descortesías de los allegados;
ahorrar a los demás trabajo y disgusto.
Todo esto y cosas semejantes son frutos,
frutos maduros y legítimos
que nos acreditarán ante la conciencia y ante Dios.
No acortar el tiempo cuando hay que emplearlo para los demás;
no mortificar a nadie, ser complacientes a todos,
aún a costa de nuestro descanso...
esos son frutos, y frutos sazonados.
“El fruto de los trabajos honestos es glorioso;
e imperecedera la raíz de la sabiduría”
(Sab 3,15).
“El fruto de la luz es la bondad, la justicia y la verdad”
(Ef 5,9).
Los frutos del espíritu de Dios siempre son la bondad
y el amor; cuando en algún acto tuyo no halles ni bondad ni amor,
ten por seguro que no ha sido movido por el Espíritu de Dios.
* P. Alfonso Milagro

